Pese a mis sueños viajeros, mi vida se fue acomodando y llegó un momento que en la monotonía del trabajo, la casa, los niños, el cole, las extraescolares, etc. llegué a sentirme como si la vida transcurriera en un callejón demasiado largo y recto, con paredes muy altas y estrechas, en el que mi alma iba languideciendo.
Sin embargo siempre había una mujer dentro de mi que susurraba: